Alerta Spoiler El FINAL de "Un mundo feliz"

Al final del libro John El Salvaje es detenido por rebelarse y tirar el soma junto con Bernard y Helmholtz.

Son llevados ante Mustafá Mond, explica a Bernard y Helmholtz que personas conscientes de su individualidad no pueden convivir en la sociedad fordiana. Son deportados a las islas Falkland, Helmholtz se lo toma mejor que Bernard, allí podrá escribir libremente.

Mustafá Mond conversa con John sobre la historia y la forma en que se ha construido una sociedad feliz. John discrepa pero Mustafá quiere conservarlo como experimento social. Se traslada a un faro alejado de la sociedad, intenta vivir sin nada de lo que le ofrece la sociedad fordiana, sus comodidades tecnológicas.

Se autoflagela por sus sentimientos de culpabilidad hacia Linda y Lenina, un periodista lo graba y emiten una película en el sensorama sobre su «divertida» forma de maltratarse, se convierte en una atracción turística. Acorralado en el faro por los curiosos que le gritan «¡El lá-ti-go!» ve a Lenina que había venido con Henry. Él va en su busca con el látigo gritándole «¡Zorra!», la multitud enloquece, empiezan a azotarse y todo se convierte en una «Orgía-Porfía» embriagados por el soma.

Cuando al día siguiente John se despierta en la maleza se siente culpable por lo ocurrido con Lenina, implícitamente se entiende que tuvo sexo con ella y en los valores de John esto no podía ocurrir hasta el matrimonio.

Cuando llegan los nuevos turistas encuentran a John ahorcado en el faro.

«[…] – ¡Mátala, mátala, mátala! – seguía gritando el Salvaje.

Después, de pronto, alguien empezó a cantar: Orgía-Porfía, y al cabo de un instante todos repetían el estribillo y, cantando, habían empezado a bailar. Orgía-Porfía, vueltas y más vueltas, pegándose unos a otros al compás de seis por ocho. Orgía-Porfía…

Era más de medianoche cuando el último helicóptero despegó. Obnubilado por el soma, y agotado por el prolongado frenesí de sensualidad, el Salvaje yacía durmiendo sobre los brezos. El sol estaba muy alto cuando despertó. Permaneció echado un momento, parpadeando a la luz, como un mochuelo, sin comprender; después, de pronto, lo recordó todo.

Se cubrió los ojos con una mano.

Aquella tarde el enjambre de helicópteros que llegó zumbando a través de Hog’s Back formaba una densa nube de diez kilómetros de longitud.

– ¡Salvaje! – llamaron los primeros en llegar -. ¡Mr. Salvaje!

No hubo respuesta.

La puerta del faro estaba abierta. La empujaron y penetraron en la penumbra del interior. A través de un arco que se abría en el otro extremo de la estancia podían ver el arranque de la escalera que conducía a las plantas superiores. Exactamente bajo la clave del arco se balanceaban unos pies.

– ¡Mr. Salvaje!

Lentamente, muy lentamente, como dos agujas de brújula, los pies giraban hacia la derecha: Norte, Nordeste, Este, Sudeste, Sur, Sudsudoeste; después se detuvieron, y, al cabo de pocos segundos, giraron, con idéntica calma, hacia la izquierda: Sudsudoeste, Sur, Sudeste, Este…

FIN

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