Alerta Spoiler El FINAL de "El Diablo Sobre Ruedas"

  1. Te lo digo así, sin rodeos: si te mola el thriller seco, minimalista y con mala leche, El diablo sobre ruedas te vuela la cabeza. Y lo más loco de todo es que esto lo dirigió un chaval de 24 años. ¡24! Spielberg ya apuntaba maneras, pero lo de esta peli es de otro planeta.

    La premisa es sencillísima: un tipo corriente, David Mann (Dennis Weaver, genial en su mezcla de pringado y desesperado), va conduciendo por una carretera desértica y se cruza con un camión oxidado que, poco a poco, empieza a acosarlo sin razón aparente. Ya está. No hay monstruos, ni asesinos con máscara… Solo un camión infernal y un pobre desgraciado con cara de ir al taller de impuestos. Y créeme, eso basta para ponerte los nervios de punta durante hora y media.

    Pero vamos al final, que es una delicia de tensión. Después de mil intentos de escapar, de gritarle al aire, de buscar ayuda donde no hay nadie (ese dinerito de moteles y gasolineras perdidas…), David toma la decisión: o lo paro, o me mata. Y se lía la gorda. Lo provoca, pisa a fondo, y en un último acto de desesperación absoluta, salta del coche y lo lanza cuesta abajo directo al camión, en un duelo final que parece sacado de un western moderno. El camión se lo traga todo, cae por un precipicio y revienta contra las rocas, soltando ese rugido mecánico que es puro demonio.

    Y aquí viene lo que más me flipa: después del caos, de toda esa violencia sin palabras, David se queda solo, ensangrentado, sentado al borde del acantilado, lanzando piedrecitas al vacío, riéndose sin saber si ha ganado o ha perdido la cabeza. No hay música épica, no hay cierre moral. Solo silencio, motor quemado y el polvo del desierto.

    Es el Spielberg más sucio y salvaje, sin filtros de Hollywood, con la cámara como un cuchillo. Si alguien quiere saber cómo empezar una carrera en el cine con estilo, que se ponga esto. Aquí ya estaban los temas que luego puliría: el hombre común enfrentado a lo inexplicable, la tensión medida al milímetro, y ese manejo del suspense que Hitchcock estaría aplaudiendo desde su butaca.

    Obra de culto, sí. Pero sobre todo, una masterclass de cómo rodar con dos duros y dejarte el corazón en cada plano.

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